viernes, 24 de abril de 2009

LA SOMBRA (Tercera parte)

El lunes no me desperté por la mañana. No me desperté porque no había dormido. Los nervios. Luis, el vigilante de mi zona, vino a las nueve a abrirme la celda. En un inhabitual silencio, le seguí por los pasillos hasta llegar a la puerta de entrada, o como yo la llamo, la puerta de salida.
Allí estaba Elisa, dos agentes de seguridad y un chaval esposado. Supuse que era otro interno que también vendría a nuestro centro.
- Gorka, este será tu compañero de celda, Alfonso. Alfonso, este es Gorka, enséñale el centro por favor.
Me quedé petrificado. Era un chaval, no tendría más de 20, 25 como mucho. Muy delgado, con barba, unas oscuras ojeras, y cara de no haber roto un plato en su vida.
- Hola Gorka, encantado.
No tenía cara de delincuente desde luego. Ni de padecer depresión alguna. De hecho tenía el semblante serio, pero no parecía ser un chico serio en absoluto. Tenía pinta de ser incluso gracioso, animado. No me esperaba nada parecido. Así sería más fácil, o al menos eso creía yo.

Durante el primer día no soltó más que monosílabos. No hablaba, no me miraba. Se quedó tumbado en su litera prácticamente todo el día. Yo, siguiendo las indicaciones de Elisa, no le quitaba ojo, pero tampoco le quise agobiar con las múltiples propuestas que tenía planeadas. Simplemente fui amable, le enseñé el centro e intenté iniciar alguna conversación sin éxito alguno.
El segundo día, cuando regresó de la terapia con Elisa, me habló.
- Esa Elisa es una pedante
Tenía una voz muy grave, de hombre.
- Si, la verdad es que si.
Le conteste con una sonrisa en la boca. Aprovechando su iniciativa, aproveché para ver si podía comenzar un diálogo.
- ¿Qué tal ha ido?
- Bien, bien, a pesar de que no entiendo la mitad de las palabras es simpática.
Deduje que no tendría estudios.
- Si, Elisa es una buena psicóloga.
La conversación se detuvo por unos instantes. Gorka la reinició con un tono aún más grave.
- Oye Alfonso. ¿Tú porqué estás aquí?
- Asesiné a mi padre.
Después de unos momentos de desconcierto, por fin me miró a los ojos. En la mirada existía algún tipo de brillo.
- ¿Cómo fue?
- Mi padre me pegaba día sí día también. Yo tenía muchos problemas, básicamente mentales. No estaba muy bien de la cabeza. Le maté y me entregué a la policía.
- Yo también he hecho cosas malas a gente.
- Lo sé.
- Fui el único delincuente de España de la noche del 23 de junio.
Aquello sí que me desconcertó, y eso que la conversación en general era todo menos convencional.
- ¿Cómo es eso?
- Violé a una chavala el día en el que jugaba la selección de España. Según dijeron los periódicos al día siguiente, fue el único delito que se registró en todo el país durante el partido de fútbol. Estaba toda España pendiente del televisor. Hasta los vagabundos seguían el partido desde fuera de los bares. Yo no soy futbolero, soy un violador.
Sus dos ojos se clavaron en mí como dos estacas. Era un chico especial, de eso no cabe duda. Era frío. Y por primera vez pude intuir esos problemas mentales de los que me había precavido Elisa.

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