domingo, 19 de abril de 2009

LA SOMBRA (Segunda parte)

Los días siguientes pasaron rápidos, estaba bastante excitado con la novedad, pues no ocurrían cosas excepcionales muy a menudo. No hacía más que planificar y estudiar cómo debería actuar con él, qué podría hacer en caso de que se pusiera violento. Estaba un tanto asustado y bastante nervioso. Inquieto por el reto pero también, porque se me olvidó preguntarle algo crucial a Elisa. ¿Y si se suicidaba? ¿Y sí yo hiciera todo lo posible y aún así, ese tal Gorka se quitara la vida en un descuido?
Era una situación extraña, aunque también una oportunidad. Sabía que mi buena actitud rebajaría mi condena, pero nunca fui tan optimista. Un año. La idea me daba fuerzas para encarar cualquier situación.
Lo primero que pensé, en cuanto Elisa me habló de Gorka, era en recomendarle un poemario que a mí me ayudo mucho. Luego lo medité algo más, y llegué a la conclusión de que quizás la poesía no sea un atractivo para un violador de menores despiadado. Así que opté por idear diversos planes, y sobre la marcha, ir escogiendo unos u otros. Estaba planificando todo un calendario de actividades para nuestro peligroso nuevo amigo.
Seguía las recomendaciones de Elisa, que también me insistió en no interrumpir si el preso hablaba, en escuchar siempre y con atención, o al menos fingir que se la prestaba. Sobre todo en los primeros días. También me dijo que nunca me despistara, que estuviera siempre “al loro”, y qué supervisara, sin que Gorka se enterara, los medicamentos que tomaba, cantidades y clases.
Agradecí sus consejos, pero lamenté que no me pudiera decir nada más sobre su caso, y sobre él. Me hubiera sido de ayuda saber algo sobre su vida, si tenía familia, su forma de ser, sus aficiones. Lo tuve que dejar todo a mi imaginación.
Gorka era en mi mente un hombre de cincuenta años. Desaliñado, sucio, y muy callado. De mirada huraña. Con la mente enferma. Gordo.

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