lunes, 27 de abril de 2009

LA SOMBRA (Quinta parte -y final-)

-Veo que tú y Gorka os habéis hecho buenos compañeros.
-Si, bueno, nos llevamos bien.
Yo solo tenía ganas de volverme a la habitación y construir esa jaula para periquitos que estábamos construyendo Gorka y yo. Pero Elisa continuaba estirando la conversación.
-Fantástico, la verdad, no esperaba obtener tan buenos resultados tan pronto.
-Ya, Gorka no es tan mal chico, simplemente tiene algún problema que otro.
Cuando regresé a la habitación me encontré con Gorka medio dormido encima de la litera.
-Venga Gorka, levanta, recítame algún verso de Wordsworth antes de irnos al taller.
-Ohhh…Alfonso, ahora no, quiero dormir un poco.
Respondió con gran lentitud. Estaba irritado.
-Vamos tú, no me toques los huevos, tenemos que hacer la puñetera jaula.
A Gorka le sorprendió mi tono agresivo. También a mí.
-¿Ehh? Oye tío, déjame en paz, solo quiero dormir un poco. Luego te leo lo que quieras.
De pronto perdí el control de mis nervios, dejé de ser dueño de mi voz y de mis manos.
-¡Con qué con esas estamos! O te levantas o te machaco la cabeza.
Gorka no respondió, ni se inmutó.
Así que agarré a Gorka del pijama y lo tiré al suelo con violencia. Se dio un fuerte golpe. Con mi mano derecha cogí su cabeza por los pelos y con la izquierda sujeté una de las patas metálicas de la cama. Comencé a golpear su cabeza contra la pata con potencia. Una, dos, tres, y hasta 20 o 30 veces, no llevé la cuenta. Hasta que la sangre que brotaba de su boca convirtió sus gritos en el sonido de un grifo atascado. Acabé con su vida con facilidad.
Recogí el libro de poemas con ambas manos, y, a pesar de los temblores, pude leer unos cuantos versos de Wordsworth. Levantado, con el cuerpo muerto de Gorka a mis pies, no paré de recitar hasta que Luis llegó a la celda.
Con la oscuridad del atardecer, Luis creyó que el cuerpo de Gorka sobre el suelo era mi sombra.

sábado, 25 de abril de 2009

LA SOMBRA (Cuarta parte)

Los siguientes días transcurrieron con prisas y sin pausas. Gorka y yo nos fuimos conociendo en profundidad. Yo ejercí de protector, e incluso de padre. Enseguida noté un desvarío inconsciente en la actitud de mi ahijado, sobre todo cuando aparecía en escena Rosa, la de la limpieza, quien a pesar de sus 32 años aún poseía una belleza adolescente.
Cuando uno, como yo, vive, duerme, sueña, come y caga en la cárcel durante once años, se da cuenta de cómo y en qué momentos cambia su forma de ser, y de entender. En este tiempo he tenido algo de lo que carece el resto de la gente. Tiempo. En algún cruel sentido, el encierro es un regalo. El tiempo me ha hecho reflexionar sobre mi vida, sobre mí, me ha hecho pulir mis errores, enfrentarme a mis temores, solucionar mis conflictos. La gente que sale de la cárcel tras pasar un largo periodo, es mejor persona que los que siempre han sido libres.
Todo esto se lo intenté inculcar yo a Gorka, que por primera vez en su existencia, parecía comprender.
Con las largas conversaciones que manteníamos, en ninguna de las cuales recordábamos nuestros delitos, olvidé el calendario de actividades que tenía planificado. Fuimos compartiendo las experiencias y nos hicimos buenos amigos. Le recomendé el libro de poemas que tan importante fue para mí; una antología de Wordsworth. No solo le encantó, sino que lo entendió al instante. A los tres días, podía recitarme el poemario entero. Y cuando lo hacía, una intensa emoción recorría mi cuerpo como nunca antes nada, ni nadie, lo había logrado.

viernes, 24 de abril de 2009

LA SOMBRA (Tercera parte)

El lunes no me desperté por la mañana. No me desperté porque no había dormido. Los nervios. Luis, el vigilante de mi zona, vino a las nueve a abrirme la celda. En un inhabitual silencio, le seguí por los pasillos hasta llegar a la puerta de entrada, o como yo la llamo, la puerta de salida.
Allí estaba Elisa, dos agentes de seguridad y un chaval esposado. Supuse que era otro interno que también vendría a nuestro centro.
- Gorka, este será tu compañero de celda, Alfonso. Alfonso, este es Gorka, enséñale el centro por favor.
Me quedé petrificado. Era un chaval, no tendría más de 20, 25 como mucho. Muy delgado, con barba, unas oscuras ojeras, y cara de no haber roto un plato en su vida.
- Hola Gorka, encantado.
No tenía cara de delincuente desde luego. Ni de padecer depresión alguna. De hecho tenía el semblante serio, pero no parecía ser un chico serio en absoluto. Tenía pinta de ser incluso gracioso, animado. No me esperaba nada parecido. Así sería más fácil, o al menos eso creía yo.

Durante el primer día no soltó más que monosílabos. No hablaba, no me miraba. Se quedó tumbado en su litera prácticamente todo el día. Yo, siguiendo las indicaciones de Elisa, no le quitaba ojo, pero tampoco le quise agobiar con las múltiples propuestas que tenía planeadas. Simplemente fui amable, le enseñé el centro e intenté iniciar alguna conversación sin éxito alguno.
El segundo día, cuando regresó de la terapia con Elisa, me habló.
- Esa Elisa es una pedante
Tenía una voz muy grave, de hombre.
- Si, la verdad es que si.
Le conteste con una sonrisa en la boca. Aprovechando su iniciativa, aproveché para ver si podía comenzar un diálogo.
- ¿Qué tal ha ido?
- Bien, bien, a pesar de que no entiendo la mitad de las palabras es simpática.
Deduje que no tendría estudios.
- Si, Elisa es una buena psicóloga.
La conversación se detuvo por unos instantes. Gorka la reinició con un tono aún más grave.
- Oye Alfonso. ¿Tú porqué estás aquí?
- Asesiné a mi padre.
Después de unos momentos de desconcierto, por fin me miró a los ojos. En la mirada existía algún tipo de brillo.
- ¿Cómo fue?
- Mi padre me pegaba día sí día también. Yo tenía muchos problemas, básicamente mentales. No estaba muy bien de la cabeza. Le maté y me entregué a la policía.
- Yo también he hecho cosas malas a gente.
- Lo sé.
- Fui el único delincuente de España de la noche del 23 de junio.
Aquello sí que me desconcertó, y eso que la conversación en general era todo menos convencional.
- ¿Cómo es eso?
- Violé a una chavala el día en el que jugaba la selección de España. Según dijeron los periódicos al día siguiente, fue el único delito que se registró en todo el país durante el partido de fútbol. Estaba toda España pendiente del televisor. Hasta los vagabundos seguían el partido desde fuera de los bares. Yo no soy futbolero, soy un violador.
Sus dos ojos se clavaron en mí como dos estacas. Era un chico especial, de eso no cabe duda. Era frío. Y por primera vez pude intuir esos problemas mentales de los que me había precavido Elisa.

domingo, 19 de abril de 2009

LA SOMBRA (Segunda parte)

Los días siguientes pasaron rápidos, estaba bastante excitado con la novedad, pues no ocurrían cosas excepcionales muy a menudo. No hacía más que planificar y estudiar cómo debería actuar con él, qué podría hacer en caso de que se pusiera violento. Estaba un tanto asustado y bastante nervioso. Inquieto por el reto pero también, porque se me olvidó preguntarle algo crucial a Elisa. ¿Y si se suicidaba? ¿Y sí yo hiciera todo lo posible y aún así, ese tal Gorka se quitara la vida en un descuido?
Era una situación extraña, aunque también una oportunidad. Sabía que mi buena actitud rebajaría mi condena, pero nunca fui tan optimista. Un año. La idea me daba fuerzas para encarar cualquier situación.
Lo primero que pensé, en cuanto Elisa me habló de Gorka, era en recomendarle un poemario que a mí me ayudo mucho. Luego lo medité algo más, y llegué a la conclusión de que quizás la poesía no sea un atractivo para un violador de menores despiadado. Así que opté por idear diversos planes, y sobre la marcha, ir escogiendo unos u otros. Estaba planificando todo un calendario de actividades para nuestro peligroso nuevo amigo.
Seguía las recomendaciones de Elisa, que también me insistió en no interrumpir si el preso hablaba, en escuchar siempre y con atención, o al menos fingir que se la prestaba. Sobre todo en los primeros días. También me dijo que nunca me despistara, que estuviera siempre “al loro”, y qué supervisara, sin que Gorka se enterara, los medicamentos que tomaba, cantidades y clases.
Agradecí sus consejos, pero lamenté que no me pudiera decir nada más sobre su caso, y sobre él. Me hubiera sido de ayuda saber algo sobre su vida, si tenía familia, su forma de ser, sus aficiones. Lo tuve que dejar todo a mi imaginación.
Gorka era en mi mente un hombre de cincuenta años. Desaliñado, sucio, y muy callado. De mirada huraña. Con la mente enferma. Gordo.

viernes, 17 de abril de 2009

LA SOMBRA (Primera Parte)

Al equipo y a mi particularmente nos ha encantado la actividad del otro día Alfonso, de verdad.
Siempre me pareció un tanto ridículo el que Elisa definiera a los carceleros como “el equipo”.
-Vaya, muchas gracias Elisa, ya estoy pensando en la siguiente.
Lo cual era verdad, iba a ser una sesión de sombras chinescas, nada espectacular, pero seguro que les gustaría. No eran muy exigentes.
-Muy bien, muy bien. Bueno, en otro orden de términos. Te tengo, bueno, te tenemos que pedir un favor. Ya se que no es lo normal, pero tenemos una relación que tampoco es la normal entre, ya sabes, entre psicóloga e interno.
-Vaya, estoy sorprendido. Puedes pedirme lo que sea.
Eso lo dije no muy convencido, y con una sonrisa exagerada en la boca. Estaba desconcertado.
-Verás, el lunes vamos a recibir a una persona de otro centro…un interno. No creo que hayas oído hablar de esto…me gustaría que fueras su, bueno, un…verás Alfonso, lo llaman “recluso sombra”.
-¿Qué? ¿qué es eso?
-Bueno, te explicaré todo lo que te puedo explicar, todo lo que sé. El interno que va a venir, Gorka, tiene un historial muy muy conflictivo. Él, él fue condenado por…violar a unas cuantas menores. Es agresivo y tiene tendencia a la depresión. Según todos los médicos consultados, está en un estado mental precario. Ellos temen que pueda intentar cometer un suicidio en la celda. Creen que es probable. La idea es ponerle en contacto con otra persona más sosegada. Con alguien que presente un perfil en el que tú encajas a las mil maravillas. Alguien que conozca bien el centro, que lleve muchos años aquí, que comprenda la situación y que colabore con el equipo del centro. De conducta intachable y de buen humor.
-Ya veo que me estás camelando.
-Alfonso, ya sé que a lo mejor no deseas hacerlo. Pero habrá recompensa si colaboras.
-Me sacaríais.
-En un año.
Un año. Se hizo el silencio. Ambos permanecimos mirándonos a los ojos.
-Qué tengo que hacer exactamente.
-Ser su sombra. Ayudarle, apoyarle, mejorar su estado de ánimo. Será hasta que recupere un poco la normalidad en su conducta.
Discurrieron cinco segundos en silencio.
-¿Pero es peligroso? Quiero decir, a lo mejor en lugar de suicidarse le da por quitarme a mi de en medio…o a hacer otra “cosa”…de todas maneras es un violador no…¿a cuánta gente a violado?
-No se sabe exactamente. Ni siquiera él lo sabe. Puede que más de diez.
Se hizo otro silencio. Intentaba pensar con calma.
-¿Y porqué no se lo llevan a un centro psiquiátrico?
-Bueno, eso son cosas del juez, no podemos hacer nada. Yo haré terapia con él a diario, más de dos horas al día. No tiene porqué ser tan difícil. Estoy segura de que con tu ayuda se pondrá en forma muy rápido.

viernes, 10 de abril de 2009

SIEMPRE ES AHORA
Intenté hacerla llegar este mensaje
lo escribí en un papel
y lo enrosqué en la pata de la paloma mensajera
pero ese día llovió
y así la llegó la frase
EMPR E ORA

SIEMPRE SERÁ AHORA
así se lo dejé dicho al mensajero
que avanzó en las tierras enemigas
sorteando bombas y metralla
pero cuando llegó a su destino
hizo un alarde de mala memoria
SIEMBRE Y AHORRA

Así que me dejé de tonterias
y lo puse en mi facebook

miércoles, 8 de abril de 2009

HNHL L KJRORPRO DI KRJISTRO (Segunda parte -y final-)

Emilio, el vaquero del pueblo y dueño de la vaca pagana, se enteró del incidente y fue a visitar a Apolonio.
- Apolonio, ya me he enterado de lo que pasó. ¡Cómo se te ocurre volver a andar jodiendo con mis vacas! ¡te lo tienes merecido!
Apolonio, aún convaleciente, pareció recobrar la salud y respondió con energía.
- Mmiljio, ¡eja bjertria dl kamopnl kja ddos!
Emilio entendió que el cura dijo algo así como que esa bestia del campo no era hija de dios.
- ¡Ah, sí! ¡Que sepas que esa bestia del campo no será de dios, pero que produce la leche que bien te bebes cada mañana cabrón! y no es una bestia del campo ¡se llama Amelia! ¡Acaso te llamo yo a tí bestia de iglesia! y toma, te he traido granos de polen para que te cures esa garganta.
Apolonio se hizo pequeñito, recuperó la enfermedad y se limitó a decir un distorsionado "grazzfiaj".
Pasaron los días, Apolonio recuperó la salud, más no la voz, y volvió cierta normalidad al pueblo.
Más por pena que por fé, la parroquia siguió yendo a misa, a pesar de que no entendían ni amén. El cura, aún consciente de que su mensaje llegaba hecho añicos, continuaba dando la homilía. En parte fiel a su cabezonería y en parte obligado por la ausencia de sustituto, hablaba al pueblo con la misma potencia, clarividencia y rotundidad, pero sin la misma respuesta de antaño.
La gente conocía las pausas tras cada oración, las respuestas a cada letanía, e intentaba ayudar a Apolonio repitiendo la estructura de la misa como seres autómatas.
Con el tiempo, y poco a poco, dejaron de ir Pedro, luego Nicasio, y luego Jesús.
Al cabo de dos años, tan sólo acudía ya María, la más vieja del pueblo, y Eugenio, el ermitaño que solo salía de su campestre soledad para ir a iglesia. Así fue el final de la última misa del pueblo:
- Nbub mjnopdwb dbuibhs dhwduih.- Dijo Apolonio.
- Y con su espíritu.- Respondieron María y Eugenio.
- BKIn BYG nkinmlb bub.- Los dos buenos cristianos interpretaron la pausa de Apolonio como un punto.
- Demos gracias al señor Dios.- Dijeron al unísono.
Apolonio agachó la cabeza y rogó al Señor que les perdonara, porque María tenía buena intención al responder a su incomprensible frase aunque no la hubiera terminado. También pidió por Eugenio, el solitario ermitaño que recitaba de memoria las respuestas interpretando los gestos de María, porque el pobre hombre, era sordo.

jueves, 2 de abril de 2009

HNHL L KJRORPRO DI KRJISTRO (Primera parte)

Era un pequeño pueblo castellano, cercado por un horizonte ocre infinito, y amenazado por un cielo inabarcable.
La misa dominical era uno de esos actos colectivos que daban sentido al respirar. La coartada para justificar la existencia.
Así lo debía pensar el pueblo, que acudía a la cita de los domingos con puntualidad, devoción y ropa limpia. No faltaba ni Pedro, el loco del pueblo, que iba siempre embutido -ése es el término- en el vestido de novia de su difunta madre, ni Jesús, el alcalde que pasaba más tiempo en la capital con su amante, que en el pueblo con su mujer, ni Nicasio, el lechero que cada vez echaba más agua a la mezcla para ganar más pesetas. Ahí estaban siempre Maria, que tenía que hacer de pastor a diario porque su marido, el verdadero pastor, era un vago, y Eugenio, el ermitaño que solo salía de su campestre soledad para ir a iglesia.
Ni el cura, Apolonio, faltaría más. Era ya anciano, y el único cura de la provincia. Por ello tenia que viajar a los pueblos, uno distinto por día, para dar la posibilidad de confesión, compañía a los mas mayores y comida a los mas desfavorecidos. Leía la palabra incluso a las bestias del campo. Era gracioso verle declamar las “Bienaventuranzas” a las lagartijas que huían endemoniadas entre las piedras.
Y así giraba la rueda del molino, domingo a domingo, con la parroquia completando el aforo de la pequeña iglesia del pueblo. Hasta un domingo en el que Apolonio no acudió a su cita con los feligreses. Al parecer, tratando de cristianizar a una vaca satánica con las “Cartas de Filemón”, el malogrado cura recibió una tremenda coz en la boca que le dejo desfigurado, confuso y ciertamente mosqueado.
De aquella se recupero, pero quedó ajada su voz, con la consecuencia de que toda frase emitida por sus cuerdas vocales quedaba irreconocible.