lunes, 8 de junio de 2009

CONTRACTURAL

Yo creo que la "poesía starbucks" ya puede ser considerada como un género literario propio.

Y ahí estás en el starbucks de Fernando VI mirando la marisquería y la tienda de alpargatas cerrada y pensando en mil personas descalzas haciendo de su planta del pie patatas hortigas y piedras y arena el absoluto nunca más y la gente que pasa y te mira ahí dentro preguntándose si es el starbucks el que me ha metido aquí para darse un aliento a bostezo bohemio y yo me siento decorado atrezzo urbano y quiero pisar de cortázar su verbo y quedarme desnudo o no porque me daría un aire iconoclasta disfrazado mejor que es como hay que andar de ingenio a ingenio y los coches van afuera a 16 km/h y yo aquí dentro sin reloj ni verbo con una contractura contracultural en el cerebro

miércoles, 13 de mayo de 2009

EL AMOR NO ME EXTRAÑA

El amor no me extraña
Sentir que mis arterias forman un nudo
Que en sueños con un simple gesto
Me toques el corazón y reorganices todo este
Lío de cables sueltos lo dejes
Desnudo
Y el amor y no me extraña
el amor no me escribe
el amor no se acuerda
el amor no me llama
Aún no había comenzado nada
Y todo ya se había terminado

Me cegó el relámpago
Pero nunca llegó el trueno
Ya está escrito el cuento
Ahora escribo el prólogo
Toca de nuevo olvivir
Para mantenerse cuerdo
Me fuerzo a fingir
Que tengo remedio
pero
El amor no me extraña
Y yo no tengo remedio

No te engañes celebro esta tachadura
Este garabato esta inocentada
Este arrebato
Gracias al amor
Que no me extraña
Los meses del dos mil nueve
No han sido una miseria de días
Restas divisiones dividendos

Sino gritos de lunas que me arden dentro

viernes, 8 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO BAILE DE LA BANDA DEL MONO (Segunda parte y final)

Guido, Francesco, Fredo, Giovanni y Nadia sentados alrededor de la mesa sobre la que permanecía amordazada una botella de grappa. Nadia es la primera que se decide a quitarle la mordaza a la botella:
- Llevo doce días bebiendo grappa y con ganas de morirme.
Cinco miradas silenciosas observan como la sombra de la botella marca las horas.
- Ni vosotros ni vuestros malditos instrumentos me van a animar, os lo aseguro. Es mejor que os vayáis.
Giovanni saca las castañuelas y se arranca a cantar. "Fra Bartolo tenía un secreto, un secreto tenía Bartolo, y es que era padre de la iglesia del pueblo, y del monaguillo de la pobre Muriel".
Permanecen callados durante varios segundos. Guido coge la botella de grappa, y fue tal su ímpetu al beber de la misma que se atragantó y escupió el trago sobre la mesa. Al fin los cinco explotaron en una risa frenética, cogieron todos sus instrumentos y se pusieron a cantar de nuevo.
Nadia también se rió, pero para evitar que fuera vista claudicando, se refugió en la cocina y por fin, se puso a hacer algo útil tras doce días perdidos: les iba a cocinar pasta.
Fredo se percató de todo ello, y le asombró la belleza del rostro sonriente de Nadia. Descubrió dos simpáticos hoyuelos hasta entonces ocultos en sus mejillas.

Los días pasaron y Nadia fue recuperando su humor y su actividad gracias a las gamberradas de los cuatro musicos. Con Fredo se iba estableciendo una complicidad mutua sincera y especial.
El sexto día de convivencia fue el último, ya que otro compromiso les esperaba. Una anciana de Nápoles estaba deprimida tras la muerte de su vaca favorita. En la fiesta de despedida Nadia se acercó a Fredo y le preguntó:
- oye Fredo, ¿Porqué os llamáis la banda del mono?.
Fredo esbozó una pícara sonrisa y llamó a Guido:
- Guido, ven aquí. Este bello arcángel quiere ver al mono.
Guido se colgó de un manzano, se bajó los pantalones y comenzó a chillar como un mandril, ante el jolglorío de todos. Incluso los perros, Como y Ciro, se pusieron a saltar meneando el rabo con energía.
- ¡Vaya tres rabos se vislumbran!.- gritó un Giovanni disparatado.
¡Quién iba a intuir que aquel sería el último baile de la Banda del Mono! Entre jadeos Fredo acercó sus labios a la oreja de Nadia. Le suspiró una frase:
- Nadia, me he enamorado de tí.

En poco tiempo, un par de días, los del Mono lograron contentar el espíritu de la anciana de Napolés, que sustituyó el recuerdo de su vaca muerta por el del rabo del Mono de Guido.
Fredo decidió tomarse unos días libres para visitar a su amada Nadia, a la que deseaba ver más que a nada en el mundo. Con su vieja mandolina iba cantando alegres sonetos por el camino, mientras evocaba despierto los hoyuelos mágicos del rostro de Nadia.
Cuando llegó a la finca se encontró una desagradable sorpresa. Nadia dormía abrazada al cerdo de Paolo sobre la hierba del campo.
Fredo, envenenado de tristeza, rompió su mandolina en mil pedazos.

miércoles, 6 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO BAILE DE LA BANDA DEL MONO (Primera parte)

Los ojos de Nadia eran de piedra, el iris bronce líquido. Enfocaban hacia el ramo de orquídeas que había dejado Paolo sobre la mesa de matanza. Hacía ese lugar se dirigía su mirada, pero no por ello identificaba las cosas, los objetos. Estaba absorta. El que debía estar ahí encima era el cerdo de Paolo, no sus disculpas malditas, pensaba Nadia.
Llevaba doce largos días en el mismo estado de éxtasis, asimilando la infidelidad de Paolo. Desde entonces, tenía su huerto desatendido, las vacas sin pastar y las fresas ya podridas esperando a ser convertidas en mermelada. No podía entender como en cambio Paolo, el culpable, podía ir a su trabajo en la depuradora comarcal como si nada.
Hasta las orquídeas brincaron de la mesa de matanza cuando una música ensordecedora rompió a sonar en el exterior de la finca. Nadia pensó que era un trueno. Cogió la escoba y salió perseguida por sus dos perros, Como y Ciro, que no paraban de ladrar y dar vueltas como dos peonzas peludas.
La música brotaba del violín de Francesco, la pandereta de Guido, la mandolina de Fredo y las castañuelas de Giovanni. Parecían cuatro torrijas de lo borrachos que estaban, y se habían acercado a trompicones hasta la casa de Nadia para cantar canciones alegres, sobre locos exhibicionistas y elefantes parlantes. Pero Nadia no estaba de humores, y en lugar de eso mando parar la música blandiendo su escoba al aire.
- ¿Qué coño hacéis aquí? ¿No veis que me estáis espantando a los animales?
Fredo dio un paso al frente y contestó todo lo educadamente que pudo, aún estando beodo:
- Nadia, somos la Banda del Mono y hemos venido porque nos ha avisado su santa madre, que buenas piernas conserva...
- Santa, santa.- recitaron al unísono el coro de borrachos.
- ...nos ha dejado dicho que estás triste porque te pesan los cuernos que te ha puesto el malandrín del Paolo, que es un bastardo y huele a moñiga.
Nadia masticaba las palabras como si fueran frutas que no la cabían en la boca. Al fin tragó y escupió:
- Pero ¡Cómo os atrevéis! ¡Sinvergüenzas!
Fredo prosiguió, no sin torpeza:
- Nadia, bello arcángel de montaña, nuestro cometido es hacer que olvides tus penas y hacerte sonreir, y hasta que eso no ocurra, nos instalaremos en tu hogar, y así permaneceremos. De modo que se nos haga sitio.
- ¡Se nos haga sitio! ¡se nos reconforte!, gritó el resto de la banda.
Y reiniciaron la canción allí donde la habían dejado.