miércoles, 6 de mayo de 2009

EL ÚLTIMO BAILE DE LA BANDA DEL MONO (Primera parte)

Los ojos de Nadia eran de piedra, el iris bronce líquido. Enfocaban hacia el ramo de orquídeas que había dejado Paolo sobre la mesa de matanza. Hacía ese lugar se dirigía su mirada, pero no por ello identificaba las cosas, los objetos. Estaba absorta. El que debía estar ahí encima era el cerdo de Paolo, no sus disculpas malditas, pensaba Nadia.
Llevaba doce largos días en el mismo estado de éxtasis, asimilando la infidelidad de Paolo. Desde entonces, tenía su huerto desatendido, las vacas sin pastar y las fresas ya podridas esperando a ser convertidas en mermelada. No podía entender como en cambio Paolo, el culpable, podía ir a su trabajo en la depuradora comarcal como si nada.
Hasta las orquídeas brincaron de la mesa de matanza cuando una música ensordecedora rompió a sonar en el exterior de la finca. Nadia pensó que era un trueno. Cogió la escoba y salió perseguida por sus dos perros, Como y Ciro, que no paraban de ladrar y dar vueltas como dos peonzas peludas.
La música brotaba del violín de Francesco, la pandereta de Guido, la mandolina de Fredo y las castañuelas de Giovanni. Parecían cuatro torrijas de lo borrachos que estaban, y se habían acercado a trompicones hasta la casa de Nadia para cantar canciones alegres, sobre locos exhibicionistas y elefantes parlantes. Pero Nadia no estaba de humores, y en lugar de eso mando parar la música blandiendo su escoba al aire.
- ¿Qué coño hacéis aquí? ¿No veis que me estáis espantando a los animales?
Fredo dio un paso al frente y contestó todo lo educadamente que pudo, aún estando beodo:
- Nadia, somos la Banda del Mono y hemos venido porque nos ha avisado su santa madre, que buenas piernas conserva...
- Santa, santa.- recitaron al unísono el coro de borrachos.
- ...nos ha dejado dicho que estás triste porque te pesan los cuernos que te ha puesto el malandrín del Paolo, que es un bastardo y huele a moñiga.
Nadia masticaba las palabras como si fueran frutas que no la cabían en la boca. Al fin tragó y escupió:
- Pero ¡Cómo os atrevéis! ¡Sinvergüenzas!
Fredo prosiguió, no sin torpeza:
- Nadia, bello arcángel de montaña, nuestro cometido es hacer que olvides tus penas y hacerte sonreir, y hasta que eso no ocurra, nos instalaremos en tu hogar, y así permaneceremos. De modo que se nos haga sitio.
- ¡Se nos haga sitio! ¡se nos reconforte!, gritó el resto de la banda.
Y reiniciaron la canción allí donde la habían dejado.

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