sábado, 25 de abril de 2009

LA SOMBRA (Cuarta parte)

Los siguientes días transcurrieron con prisas y sin pausas. Gorka y yo nos fuimos conociendo en profundidad. Yo ejercí de protector, e incluso de padre. Enseguida noté un desvarío inconsciente en la actitud de mi ahijado, sobre todo cuando aparecía en escena Rosa, la de la limpieza, quien a pesar de sus 32 años aún poseía una belleza adolescente.
Cuando uno, como yo, vive, duerme, sueña, come y caga en la cárcel durante once años, se da cuenta de cómo y en qué momentos cambia su forma de ser, y de entender. En este tiempo he tenido algo de lo que carece el resto de la gente. Tiempo. En algún cruel sentido, el encierro es un regalo. El tiempo me ha hecho reflexionar sobre mi vida, sobre mí, me ha hecho pulir mis errores, enfrentarme a mis temores, solucionar mis conflictos. La gente que sale de la cárcel tras pasar un largo periodo, es mejor persona que los que siempre han sido libres.
Todo esto se lo intenté inculcar yo a Gorka, que por primera vez en su existencia, parecía comprender.
Con las largas conversaciones que manteníamos, en ninguna de las cuales recordábamos nuestros delitos, olvidé el calendario de actividades que tenía planificado. Fuimos compartiendo las experiencias y nos hicimos buenos amigos. Le recomendé el libro de poemas que tan importante fue para mí; una antología de Wordsworth. No solo le encantó, sino que lo entendió al instante. A los tres días, podía recitarme el poemario entero. Y cuando lo hacía, una intensa emoción recorría mi cuerpo como nunca antes nada, ni nadie, lo había logrado.

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