No sé que tiene de graciosa la historia de mi kiwi, pero bueno, la contaré.
Tengo una teoría; todo ser peludo es un mamífero.
Así que un día estaba yo por el mercado cuando captó mi atención un cesto lleno de mamíferos, entre los melones y los mangos. Según el cruel tendero, se llamaban "kiwis". Eran muy monos. Compré uno. Barato.
Y le hice una cuna, y le cantaba canciones de entretiempo, y le llevé de excursión al Valle de los Caídos. Pronto, a los 23 minutos, la relación amo-mascota dejó paso a una sincera amistad.
Conocí su dura vida en profundidad; venía de una familia desestructurada. Yo también. Aquello unió.
Vale, yo no vengo de una jodida familia rota, pero quería que el puñetero kiwi me aceptara.
Un buen día, el tercero, mi kiwi comenzó a ponerse chungo, no sé porqué cojones, vivía a cuerpo de rey. Del rey del rock claro, porque comenzó a ovalar como Elvis. Sí, el kiwi estaba ovalando.
Así que, para subirle la autoestima, decidí enseñarle a afeitarse para dejarse patillacas y a ponerse guapete. Fue muy intenso, rollo Pretty woman.
Me costaba hacerle fotos porque no se estaba quieto ni un jodido segundo, Hay!!...mi kiwi...
Total, que eso más que animarle surtió el efecto contrario. Irascible.
Así que nos fuimos a ligar al Independence. Dj. Homeboy estaba pinchando Oasis (puñetero) y encontramos dos mamíferas altamente interesantes. Yo iba un poco incómodo, porque era la típica situación, ya sabes, la típica escena en la que vas a ligar con un amigo que es claramente más...menos...vamos, más feo que uno, y no quería ligar yo y dejarle al pobre bebiendo garrafas toda la noche más solo que la una.
Increiblemente pasó lo contrario. Él se agarró una gachise y yo ahí, escuchando Wonderwall. Foto.
Miralé, con sus patillacas. Y encima con un kiwi amarillo, de los de lujo, menudo pibón. Su relación hizo que se enfriara la nuestra, así que nos fuimos distanciando. Fueron cuatro días muy provechosos.
Mensaje de Petunia Walker; "en breve responderé vuestras imbecilidades, ando un poco liada con los rulos".
