viernes, 6 de marzo de 2009

EL LAMENTO DEL LAGARTO

Así que estaba en mi nueva y flamante casa pensando en todas las cosas que tenía que hacer cuando apareció una ágil cucaracha en la cocina. Homicidio en primer grado. Móvil; no puedo convivir con nada que tenga más extremidades que yo. Arma; unas adidas classic.
Para acallar mi conciencia, decidí darme un respiro y refugiarme en el bar de abajo, El lamento del lagarto. Nunca había entrado, ya que siempre que pasaba por la puerta veía 4 o 5 negros servidos por otros 2 o 3 negros. En total, de 6 a 8 negros.
Y no hubiera entrado si no supiese que había un concierto de piano (¿?)
Así que entro en el baro donde habitan 4 seres; dos negros, que eran los dueños, un borrachín sudamericano y un calvo encallado en la barra.
- Venía por el concierto...¿no es hoy?
El calvo responde;
- Si, si, esque estamos esperando a que venga más gente.
Enseguida intuí que el alopécico era el pianista. Fumaba coronas y bebía whisky con coca cola. El calvo se gira y le dice al negro:
- Ponme otra con coca cola.
Reacción del negro; pone cara de dique y mastica un "joder" mientras le sirve otro puñetero cubata.
Pero todos mis deberes, la cucaracha y la mala ostia del negro desaparecieron en cuanto el pianista puso su dedo sobre la primera tecla.
Con un misterioso y elegante tango de Piazzola comprendí que el borrachín sudamericano (Gardel, tallador de madera) estaba bastante solo en Madrid, se hundía en el alcochol para olvidar su nostalgía y echaba de menos a una mujer.
Con el vals y el bolero entendí que el negro malhumorado estaba cansado de ofrecer concierto y que no fuera ni dios.
Entonces entraron otros 4 negros, muy ruidosos, y el pianista se enrolló con Thelonius Monk. juro que creí estar en un club de Nueva York en los 50.
Pero la que realmente me transportó a otros lugares fue la versión de Space Oddity de Bowie, muy libre, pero grandiosa. He escuchado esa canción 1329 veces, y nunca me emocionó tanto.
Así que ahí estabamos, esa macedonia humana, siendo manejados por las teclas de ese instrumento, con todos nuestros problemas fuera del bar, en un universo paralelo, aunque fuera por media hora, aunque fueramos cuatro gatos.
Y el pianista ahí estaba, dándole a la tecla, a pesar de los ruidosos amigos del dueño, de la falta de público, y de la mala acústica del lugar. Era uno de los músicos que seguía tocando cuando el Titanic comenzó a sumergirse.
Porque de eso se trata, de seguir tocando aunque el Titanic se esté hundiendo.

3 comentarios:

Mameluco dijo...

Gran entrada.
Nada más que añadir.

Anónimo dijo...

Madre mía, qué barbaridad lo de tu barrio.

Anónimo dijo...

Me ha encantado. Joder, me ha gustado mucho.