
Algo absurdo, pues como bien dice Umbral, llevamos la muerte con nosotros, ya que nuestros cadáveres pasean con nosotros. Visualicen el programa de éxito “Lluvia de gusanos” en el que un siniestro Bertín Osborne cantaba aquello de “dentro de ti, hay un cadáver”. Recuerden; bajo sus pelos, su piel, su carne lucen sus huesos y su calavera. Deberían ir de luto.
Al grano. Cada día me cansa más la dictadura de la jerarquía de los muertos. Y es un tema que me arrebata a diario, pues es rutina ver en los informativos como un señor de corbata nos actualiza el obituario, añadiendo otra cuenta más al archivo de fallecidos. Son los más celebres, aquellos que protagonizan un mayor tiempo en la escaleta, los que más me enferman.
Según los libros de religión de Anaya, la editorial en la que escriben los nuevos apóstoles, los muertos que se llevan el premio (el cielo) son los que han sido más buenos.
Según “El Mundo”, que dirige el enterrador Pedro J, coincidiendo con la concepción que tiene también el mundo con minúscula, la importancia del muerto no depende de su bondad. Depende de los siguientes condicionantes:
1.- el morbo.
2.- el oficio desempeñado.
3.- los motivos de la muerte.
4.- la aportación artística.
5.- la complicación a la hora de pronunciar el apellido.
No importa si usted es un jardinero genial, un taquígrafo dedicado o un barrendero de leyenda. Su expiración no será retransmitida.
Así pues, hoy en día, y en contraste con el dogma cristiano, el obituario de una buena persona, como Vicente Ferrer (el pobre está knockin´ on heaven´s door), ocupará el record de tres columnas, y en cambio la muerte del famosete, asesinado violentamente, artista de turno, puede que incluso un suplemento especial.
Pero eso no es lo peor. El origen de mi reflexión viene por Marta del Castillo. Sobre toda la imagen de los cientos de personas agolpadas frente a la comisaría que gritaron “asesinos” e “hijos de puta” a los presuntos homicidas. Los millones de personas que sentirán algo, aunque solo sea por unos instantes, cuando aparezca su cadáver. Los cientos de personas que llorarán en ese momento. Sentimientos dirigidos, y provocados por la muerte de alguien que no nos es conocido (más que por unas fotos del tuenti) y que, no sabemos si a ciencia cierta, y a nadie le ha importado, era una buena persona o no.
Cada detalle morboso conocido amplia la lista de invitados a su entierro por miles. Si no hubiera estado desaparecida no hubiera ocupado más de una noticia en la página de sucesos.
Me opongo a la dictadura de la jerarquía de muertos. Si alguna vez me importa la muerte de alguien famoso será porque me ha enseñado cosas tan importantes como me pudiera haber enseñado un familiar o un amigo. Y esos casos serán los menos.
La sociedad es carroñera. Se alimenta en los cementerios.
Yo, y en mi nombre el cadáver que habita en mi interior, escribimos esto porque tenemos la seguridad de que la lista de condicionantes variará en el futuro. Esperamos que dentro de 50 años, en el top ten thanatos, aparezcan los bloggeros famosos.