Guido, Francesco, Fredo, Giovanni y Nadia sentados alrededor de la mesa sobre la que permanecía amordazada una botella de grappa. Nadia es la primera que se decide a quitarle la mordaza a la botella:
- Llevo doce días bebiendo grappa y con ganas de morirme.
Cinco miradas silenciosas observan como la sombra de la botella marca las horas.
- Ni vosotros ni vuestros malditos instrumentos me van a animar, os lo aseguro. Es mejor que os vayáis.
Giovanni saca las castañuelas y se arranca a cantar. "Fra Bartolo tenía un secreto, un secreto tenía Bartolo, y es que era padre de la iglesia del pueblo, y del monaguillo de la pobre Muriel".
Permanecen callados durante varios segundos. Guido coge la botella de grappa, y fue tal su ímpetu al beber de la misma que se atragantó y escupió el trago sobre la mesa. Al fin los cinco explotaron en una risa frenética, cogieron todos sus instrumentos y se pusieron a cantar de nuevo.
Nadia también se rió, pero para evitar que fuera vista claudicando, se refugió en la cocina y por fin, se puso a hacer algo útil tras doce días perdidos: les iba a cocinar pasta.
Fredo se percató de todo ello, y le asombró la belleza del rostro sonriente de Nadia. Descubrió dos simpáticos hoyuelos hasta entonces ocultos en sus mejillas.
Los días pasaron y Nadia fue recuperando su humor y su actividad gracias a las gamberradas de los cuatro musicos. Con Fredo se iba estableciendo una complicidad mutua sincera y especial.
El sexto día de convivencia fue el último, ya que otro compromiso les esperaba. Una anciana de Nápoles estaba deprimida tras la muerte de su vaca favorita. En la fiesta de despedida Nadia se acercó a Fredo y le preguntó:
- oye Fredo, ¿Porqué os llamáis la banda del mono?.
Fredo esbozó una pícara sonrisa y llamó a Guido:
- Guido, ven aquí. Este bello arcángel quiere ver al mono.
Guido se colgó de un manzano, se bajó los pantalones y comenzó a chillar como un mandril, ante el jolglorío de todos. Incluso los perros, Como y Ciro, se pusieron a saltar meneando el rabo con energía.
- ¡Vaya tres rabos se vislumbran!.- gritó un Giovanni disparatado.
¡Quién iba a intuir que aquel sería el último baile de la Banda del Mono! Entre jadeos Fredo acercó sus labios a la oreja de Nadia. Le suspiró una frase:
- Nadia, me he enamorado de tí.
En poco tiempo, un par de días, los del Mono lograron contentar el espíritu de la anciana de Napolés, que sustituyó el recuerdo de su vaca muerta por el del rabo del Mono de Guido.
Fredo decidió tomarse unos días libres para visitar a su amada Nadia, a la que deseaba ver más que a nada en el mundo. Con su vieja mandolina iba cantando alegres sonetos por el camino, mientras evocaba despierto los hoyuelos mágicos del rostro de Nadia.
Cuando llegó a la finca se encontró una desagradable sorpresa. Nadia dormía abrazada al cerdo de Paolo sobre la hierba del campo.
Fredo, envenenado de tristeza, rompió su mandolina en mil pedazos.